Todos los matices del rojo cubren las paredes de mi habitación.
Su olor a desastre, a confusión, a terror;
sus cientos de historias, de eclipses, de misterios y descontrol
van llenando los muros de mi habitación:
Y todas esas chicas del centro. Sus sandalias romanas, sus pantalones cortos, sus uñas pintadas. Los maquillajes perfectos, el pelo suelto, la piel de porcelana. Sus bocas de melocotón.
Todas esas chicas del centro, de caminar altanero y mirada distante. Ninguna de ellas ha impregnado mi almohada con su aroma de amante. Y no es que no busque sus besos, sus caricias candentes, el roce de sus dedos sobre mi cuerpo ardiente. No es que no pretenda descubrir el cofre de sus deseos, explorar sus secretos en noches intermitentes.
Mis apetitos descansan en la tierna mirada de la niña inocente. Ella conoce cada uno de mis misterios, mis caprichos y aspiraciones. Ella descubre todo cuanto quiero, todos mis miedos, todas mis tentaciones. Sabe que con sus besos me mata, que con su sonrisa mi corazón araña, que con sus caricias mi alma sangra. A su lado soy un lobo sin garras.
Pero lobo y, como tal, ataca. Mi dulce niña, nadie jamás me cambia. Y aunque tú seas toda la luz de mi alba, la bestia siempre se escapa. No te dejes caer en mis trampas. En mi boca conviven los labios que te aman y los colmillos que tu vestido rasgan.
<<Si alguna vez a alguien desgarras, espero que tengas restos de mi sangre bajo tus zarpas>>