Para Marta y Celia: por todos los maravillosos recuerdos que tenemos juntas y los que nos quedan por construir (Y las demás: no os pongáis celosas, que también os quiero). Siento no poderos dar nada mejor pero es que, simplemente, no soy genial.
Supongo que esta tarde se parece un poco a aquélla... aquella otra tarde en la que Celia, Marta y yo, con los patines en lo pies, dejábamos pasar el tiempo, imaginando que no había nada que hacer, sólo respirar caminar y mirar. Dejábamos que el Sol nos colorease las mejillas, tan pálidas tras los encierros de estudio. Y contemplar; contemplar la nada, porque no había nada que hacer.
En realidad, esta tarde no se parece en nada a aquélla. Puede que sea sólo el Sol, primer vestigio de la primavera, el único rasgo que comparten. Entonces las tenía a ellas y hoy, no hay nadie a mi lado. Además, allí respirábamos ya un marzo consolidado, mientras que ahora no tengo más que los rayos de un volátil febrero que me susurra que mañana lloverá.
Pero tampoco hay nada que hacer. Así que aquí estoy, en mitad de la Plaza de España, tirada en el césped, viendo parejas y grupos d adolescentes. Tiene algo especial la gente que la hace tan igual, tan diferente.Todos marchando plaza arriba, plaza abajo; todos ríen, suspiran, besan, lloran, todos escriben, dudan, eligen, caminan, tartamudean y, a veces, incluso hasta viven. Todo lo que hacen lo hicieron otros mucho antes.
Cuando eres adolescente, siempre piensas que eres el primero que descubre el mayor logro. El primero que anda sobre la superficie de la Tierra. Después, te miras y te ves tan pequeño y a todo el mundo, tan distante. Entonces, te angustias y quieres destruirlo todo: talar los árboles, rasgar las telas, explotar las (es)culturas, minar lo campos. Y arañarte la piel para que sólo los restos de sangre bajo tus uñas sean prueba de que queda alguien vivo.
Porque eso es lo que quieres, que al abrir tu boca lo único que se oiga sea un rugido tal que inunde las nubes; que, como un relámpago, vierta su destello eléctrico para que nadie se olvide de que, una vez, estuviste vivo. Pero no te hagas ilusiones, porque eso es lo que persigue todo el mundo.
Empieza a hacer frío; menos mal, porque estamos en febrero. Así que no me preocupa, pero me devuelve a la realidad. La luz es espléndida, maravillosa -es más, estupendérrima-, tanto como sólo Madrid sabe recoger sobre sus muros. No he visto nunca tantas sombras, tantos claros, tantos reflejos ni colores como en un soleado día de invierno.. Reside ahí la trampa, pues anoche a media tarde, y convierte la luz en un efímero fenómeno de febrero, más frágil, más puro, más bello, pero fugaz.
Y los cielos... No estoy preparada para morir. No todavía. Supongo que es porque soy joven, pero no sólo mueren los viejos. Y pensar en mi muerte, ahora, me recubre de miedo. Quiero vivir, quiero vivirlo todo. Quiero leer y que me lean; oír y que me oigan; reír cada risa que me espera; saber tanto como pueda; amar a cada ángel que me quiera.
Quiero aspirar cada nota susurrada en el viento.